Las madres, esas santas poseedoras de una paciencia infinita, que dedican su vida entera al cuidado de los demás. Esa especie de superheroínas, altruistas y combativas, que incondicionalmente, entregan una parte de su vida para que sus pequeños vástagos puedan llegar, algún día, a ser alguien en la vida, como se suele decir (aunque nunca he entendido muy bien a qué se refiere la gente cuando utiliza esa expresión, ¿acaso no somos tod@s alguien?).
Y es que ser madre tiene que ser duro, y digo tiene que ser porque yo, ni lo soy, ni lo seré nunca. Es una decisión firme y bien pensada, y dudo mucho que vaya a cambiar de opinión. Por otro lado, a mi pareja le parece bien, y en el caso de dejarnos y volver a rehacer mi vida sentimental con otra pareja, tendría que acatar este hecho, sin posibilidad alguna de negociación.
El caso es que una madre, por voluntad propia, o por tradición, o por imposición social, no lo tengo muy claro, se pasa toda su vida sufriendo por sus hijos e hijas, preocupada por su salud, por su felicidad, dejando muchas veces la suya propia en un segundo plano. Ellas, sin duda dan más de lo que reciben, que por supuesto es menos de lo que se merecen.
Afortunadamente, este concepto de madre abnegada está empezando a cambiar y cada vez más mujeres hacen gala, sin ningún tipo de complejo o pesar, de su condición de malas madres, que alardean sin remordimientos de no ser perfectas, y que luchan por cambiar un mundo, en el que la madre ha asumido el papel de sufridora estoica sin ningún derecho a protestar, infalibles y sumisas. Las malas madres han llegado para quedarse, comienza la revolución.
En mi familia, esta festividad se celebra por todo lo alto. Nos reunimos tod@s en la casa del campo y nos ponemos morad@s de comida y bebida. Mi madre, por cierto, la que más. La verdad es que nos lo pasamos muy bien. Ese día, los hombres se encargan de todo. La verdad es que tiene narices la cosa, pero así es, y encima se quedan encantaos como si ya hubieran cumplido con su misión en la vida, hasta el año que viene.
Este año, mi padre se ha lucido. Adelantándose como nunca al, tan celebrado en mi familia, Día de la Madre, acaba de comprar para su señora esposa, unas fantásticas copas gin tonic premiun gin plus, en la tienda online de Cristafiel. Ya el nombre lo dice todo. Y además, grabadas con su nombre y una pequeña frase con mucho significado para ambos. ¿Hay una forma más bonita de demostrar su amor? Mi madre es una fanática del gin tonic, además de una romántica empedernida. Al parecer estas copas están diseñadas con máquinas y tecnología de vanguardia, una verdadera joya que de verdad marca la elegancia en una mesa, que destacan por la belleza de su diseño. En cristafiel, graban, decoran y personalizan cualquier producto relacionado con el mundo del vino, siendo el cristal su mayor exponente.
El origen del día de la madre
El origen se remonta a la antigua grecia en honor a Rea, madre de Hades, Zeus y Poseidón. Más tarde, los romanos, denominan Hilaria a esta festividad que se celebraba en el templo de Cibeles durante tres días seguidos. Después, los cristianos, modifican esta tradición para venerar a la Virgen María.
En 1870 la activista feminista y poetisa Julia Ward Howe redacta la Proclama del Día de la Madre, en el que llama a la paz, exigiendo el desarme. Tres años más tarde, varias ciudades estadounidenses realizaron una Reunión del Dia de la Madre, aunque en Boston, se celebró durante más de 10 años. Mientras tanto, Howe, seguía con su lucha a favor de los derechos de las mujeres.
A la muerte de la poetisa, su hija Ann Maria Reeves Jarvi, organiza un Día de la Madre en su honor, lo que derivó en un movimiento que se extendió a todos los EEUU. Poco a poco la tradición se fue extendiendo a todo el mundo, aunque celebrada en fechas diferentes.